CLASIFICACIÓN DE LOS TRASTORNOS INFANTILES
De
todos modos, dentro de la variedad reflejada en la tabla se encuentra una
cierta estabilidad en todas esas categorizaciones. Piénsese que esencialmente
las categorías del DSM-IV-TR y las del borrador del DSM-V, actualmente en
elaboración y que tiene prevista su publicación para el 2013, son las mismas,
aunque es cierto que se han producido pequeños retoques, pero con ellos sólo se
trata de perfeccionar el sistema. Lo mismo ocurre entre los distintos grupos que
han elaborado clasificaciones para el campo particular de la infancia y la
adolescencia.
En
general, cuando se usa una metodología dimensional-multivariada, la
categorización se adapta más fácilmente al tipo de población, así como a los
cambios determinados por la edad, el sexo, la clase social o la procedencia
cultural que indefectiblemente aparecen a lo largo del desarrollo. Por otro
lado, la utilización de criterios consensuados para establecer las categorías
diagnósticas hace el sistema global más rígido, ya que introduce definiciones
conceptuales, pero tiene la ventaja de una mayor aceptación desde distintas
posiciones teóricas y ello se traduce en un uso más amplio y generalizado, lo
que a la postre facilita la comunicación.
No
obstante, un aspecto muy importante es que no todos los sistemas
clasificatorios poseen el mismo grado de fiabilidad diagnóstica. Si
consideramos lo que sucede en los DSM, se comprueba que los diagnósticos en
donde ésta es más alta son: los trastornos de la conducta alimentaria,
la enuresis y la encopresis (0,91) seguidos de la hiperactividad (0,73), los
trastornos de ansiedad (0,67) y el retraso mental (0,62). Tales datos parecen
indicar que la sintomatología física, fácilmente observable, incrementa la
fiabilidad diagnóstica; sin embargo, si se considera la fiabilidad globalmente,
incluyendo todo tipo de trastornos, ésta resulta ser alarmantemente baja en las
diferentes ediciones del DSM, siendo mejor la fiabilidad global (0,60) del
CIE-10.
Por
otra parte, la estabilidad diagnóstica se incrementa con el uso de instrumentos
que reúnan las debidas características psicométricas, y no sólo entre
profesionales (0,81), sino entre distintas fuentes sobretodo en trastornos de
hiperactividad y atención, trastornos de conducta y trastornos de oposición.
Observando
las posibles concomitancias entre las clasificaciones anteriores y tratando de
fundir lo categorial y lo dimensional, se podría tentativamente considerar la
existencia de cinco grandes grupos de trastornos infantiles y juveniles, que
constituyen el abanico en el que se ubicarían todos los tipos posibles de
problemas infantiles:
·
Retrasos del desarrollo: retraso mental,
autismo, etc.
·
Psicosis: esquizofrenia.
·
Trastornos interiorizados: ansiedad y depresión.
·
Trastornos exteriorizados: de conducta, por
oposición, delincuencia, drogadicción, etc.
·
Trastornos psicofísicos: enuresis, encopresis,
de alimentación, etc.
Hoy,
es evidente, a la luz de los resultados de numerosas investigaciones, que,
aunque los problemas infantiles son serios y duraderos, su prevención es más
fácil y eficaz –y también más barata- cuanto más temprana, tanto en lo que
afecta a problemas intelectuales como afectivos y comportamentales. Por
ejemplo, se ha estimado que la intervención durante la niñez temprana para
tratar un problema de conducta en el propio hogar del niño costaría la tercera
parte que una plaza en un centro de rehabilitación en la edad adolescente.
Sin
embargo, tanto para hacer una prevención primaria como secundaria hace falta
que previamente se realice una detección y delimitación del problema y esto lo
hace posible un proceso de evaluación. Evaluar permite: a) diagnosticar
problemas, y b) conocer su prevalencia. Con ello se logra planificar la
intervención. Esta labor ha culminado en la elaboración de instrumentos
diagnósticos precisos.