GUÍA
PARA PODER EVALUAR A UN NIÑO CON PRECISIÓN
Aún
teniendo instrumentos precisos, es posible que no lleguemos a medir bien, dado
que el niño se encuentra, no sólo física, sino también mentalmente, en
constante cambio y evolución, estando mucho más dominado por las emociones que
experimenta frente al adulto.
La
evaluación debe ir siempre de lo general a lo específico, así como siempre se
ha de comenzar por descartar el origen biológico del problema y, así, saber con
seguridad que estamos ante un problema específicamente psicológico. Es esencial
también evaluar las circunstancias en las que un niño se desarrolla, puesto que
es un ser básicamente dependiente.
Ciertos
problemas se dan habitualmente en esta evaluación y, para evitarlos, conviene
seguir las siguientes recomendaciones:
- No evaluar
retrospectivamente, sino el momento presente y, como mucho, la última
semana. Los niños viven inmersos en el aquí y ahora.
- Se ha de partir de cierta
habituación. El primer paso ha de ser informar a los padres de cómo
tienen que decir al niño que va a ir al psicólogo. Cuando el niño,
convenientemente informado, llega al psicólogo, por lo menos la primera
sesión, se habrá de dedicar al juego y a la conversación informal (depende
de la edad) para dar tiempo a que se disipen posibles temores, suspicacias
y vergüenzas, estableciendo una comunicación informal.
- Cuidar la elección de los
instrumentos y las fuentes. "Sólo lo mejor es suficiente bueno para un
niño": esta máxima pedagógica ha de ser tenida en cuenta. Se
recomienda también una valoración multi-método, precisamente para
la consolidación de la toma de datos sin olvidar distintas perspectivas.
- Si se evalúan emociones,
es especialmente conveniente su reevaluación, por la versatilidad del niño
en este campo.
- Cuando se acaba la
evaluación y se elabora un diagnóstico, hay que presentarlo con
todas las limitaciones de su actualidad, fiabilidad y validez. No cabe
limitarse a nominar el problema, sino que se ha de proporcionar también
información sobre los puntos fuertes y las vías de solución. No hay que
asustarse por etiquetar un caso; el problema no está en los etiquetados,
sino en cómo éstos se usan y qué viabilidad se proporciona para su
gestión.
- Hay que poner especial
atención a la evaluación de niños de padres divorciados. Es
imprescindible tener datos de los dos miembros de la pareja y comunicar a
ambos los resultados.